Martes, 23 Febrero, 2016

Chumbera, nopal, tuna, penca… hay varios nombres para estos cactus tan comunes en Canarias, tan abundantes que muchos piensan que se trata de una “típica” planta nativa canaria. Pero no.
Todos los cactus proceden originalmente de América. Allí, las más de 2500 especies – entre ellas unas 300 especies de Opuntia – viven desde el sur de Canadá, donde en invierno puede haber fuertes heladas, hasta la Patagonia, con un clima también muy frío. Pero la mayor parte de los cactus, y de las Opuntias, viven en las regiones áridas de Centroamérica, sobre todo en México. Allí sí hace calor.
¿Qué hacen pues en Canarias? Fueron traídas después de la conquista de América para darles diversos usos. No solo a Canarias, claro, también a toda la región Mediterránea, muchas partes de África y Australia. Muchas veces se comportaron como plantas invasoras; en Australia, por ejemplo, las tuneras hicieron inservibles enormes extensiones de tierras de labor, ofreciéndose en 1907 una recompensa de 10.000 libras al que encontrara un remedio para erradicarlas. Esta recompensa nunca se cobró. Años más tarde se buscaron medios de control biológicos, y entre 1925 y 1930 se repartieron millones de huevos de una pequeña polilla cuya larva se alimenta de las tuneras. Fue tan efectiva que a principios de la década de 1930 la invasión quedó controlada. También en Canarias, la tunera común (Opuntia ficus-indica) y la tunera india (O. dillenii) han invadido grandes zonas de vegetación natural.
Pero veamos también el lado positivo. Las palas de la tunera son un buen alimento para el ganado, y los frutos, los famosos higos picos, se comen frescos o secos. Los de la tunera india tienen además un efecto regulador del nivel de azúcar en la sangre. Antes de que la medicina moderna se conociera en Canarias, el zumo de la tunera india se empleaba en medicina popular para ayudar a controlar la diabetes. Por otro lado, las tuneras sirven para delimitar terrenos y algunas especies son bonitas plantas ornamentales.
Sin embargo, económicamente fue más importante en Canarias la producción del tinte rojo que da la cochinilla, un insecto que vive sobre las palas de la tunera común, alimentándose de su savia. Este colorante se obtenía una vez seca la cochinilla, y se exportaba en grandes cantidades a Europa, sobre todo a Inglaterra, especialmente entre 1830 y 1860, usándose para teñir telas. Luego aparecieron los colorantes sintéticos y el negocio decayó. En los últimos años, en los que se ha vuelto a los productos más naturales, está volviendo a tener cierto auge, utilizándose el colorante ahora en la industria alimentaria y de cosméticos.
El pasado martes la Unión Europea reconoció a la cochinilla canaria como Denominación de Origen Protegida, el único colorante natural que ostenta esta distinción.